Nos gusta la simetría; es bella. Pero la vida no siempre lo es, no hay una razón para todo, ni todo lo que nos ocurre es relevante. Quizá por eso buscamos refugiarnos en las historias, o simplemente fantasear.
Existe un contrato secreto entre el lector y el escritor, tanto que es raro oír hablar de él (y de seguro nunca lo veréis escrito). En él se dicen muchas cosas y todas se resumen a lo mismo: no engañar al lector. Por eso, porque no debemos engañarlo, porque sabemos que desea refugiarse de la realidad, los escritores tenemos el compromiso de ofrecerle cierta simetría a nuestra historia, de contarle lo relevante y de atar cabos. Este último punto es el más importante y, si se hace con una sutil ironía, mejor.
Pero, como decía, la vida nos cuenta otra historia. Podemos conocer a esa persona, esa con la que sentimos que todos los planetas se han alineado para que coincidamos, y no volver a verla. En un libro, nos toparíamos sí o sí una y otra vez hasta acabar juntos. Pero esta es la realidad.
Podemos tener una amistad durante años, de esas que creemos que serán para siempre, y que de repente nos eche de su vida sin más. Que no se moleste en hablar con nosotros para explicarnos qué hicimos mal o si hicimos algo mal, para saber qué cambió, por qué cambió… el porqué. Con el tiempo nos damos cuenta de que muchas personas prefieren callarse a explicar el porqué, y es que en el silencio, entre otras muchas cosas, abundan los cobardes. En la ficción, tarde o temprano se descubriría el motivo o esa persona que nos hizo daño acabaría recibiendo su merecido por alguna clase de justicia divina (también llamada escritor). Pero esta es la realidad.
Podemos conocer a alguien maravilloso a quien no nos merecemos, pifiarla de manera estrepitosa y no volvérnoslo a cruzar, no tener jamás la oportunidad de decirle cuánto lo sentimos y no recibir siquiera un castigo por nuestra estupidez. En la ficción, nos lloverían desgracias como si hubiésemos roto mil espejos (y como si de verdad romperlos diese mala suerte) y, aunque fuera al cabo de años, volveríamos a cruzarnos con esa persona y podríamos pedirle perdón o ver lo increíble que es su vida y lo poco que se acuerda de nosotros. Pero esta es la realidad.
No, la vida no es simétrica y, si bien es bella, tiene un tipo de belleza extraña, de esa que se descubre conforme se va viviendo. Tiene demasiados cabos sueltos y muchos de ellos no se cierran ni siquiera tras la muerte. Un día estamos y al siguiente nos hemos ido. No nos llevamos más que lo que hayamos aprendido, ni dejamos más de lo que hayamos enseñado (que no logrado, ni demostrado, ni presumido). No, no creo que haya una razón para todo, pero sí que creo que de todo se puede sacar como mínimo una lección.